miércoles, 21 de septiembre de 2011

¿Colombiana?


Una niña de diez años, bogotana, a tan corta edad presencia el asesinato de sus padres. Crece con intención de vengarse y se convierte en asesina profesional en los Estados Unidos: este es el argumento de una película que por estos días se está estrenando en Francia y Estados Unidos y que hace meses generó controversia en nuestro país. El problema de la película no es que sea otra inoficiosa producción audiovisual llena de violencia y sin fondo crítico, pues en eso poco nos fijamos por acá. El problema es que el nombre de la película es “Colombiana”. El lector disculpará mi posición —ambivalente ante este tema—, pero es que los juicios al respecto difícilmente se salgan de la doble moral. Pero asumo el riesgo: por un lado, se censura esta película por estigmatizar la imagen de Colombia y mostrarlo como un país violento, de narcotráfico, y sin opciones. Es la posición de muchas personas que a esto le agravan el hecho de que la película es de director francés, protagonista neojerseíta, rodada en México y en su reparto no cuenta ningún colombiano. Dicho de otro modo, de colombiana esta película sólo tiene el nombre… Y la trama de ficción (cercana a la realidad) que la sustenta. Pero la doble moral entra cuando muchas de estas personas no se indignan con el mismo sentido patriótico ante la realidad colombiana, la violencia, el narcotráfico, la cultura de la malicia indígena, o ante las tantas narconovelas que dan peor aspecto de nuestro país. Por otro lado, no es sorprendente esta historia para un colombiano del común, acostumbrado a oír peores; del otro lado están quienes restan importancia a la nacionalidad del personaje y defienden que igualmente pudo ser italiana, mexicana o rusa. Alegan que lo que muestra la película no es distinto a la realidad colombiana y que muchos de nosotros somos culpables de la imagen que damos como país en el extranjero. La doble moral está en que por más que enuncien su realidad nacional tampoco hacen mucho por cambiarla.
La ambivalencia a la que me refería está en que no estoy ni en un lado, ni en el otro: tibio, en el medio. Pero ¿cómo no irritarme la idea de que ante tantos nombres se tenía que recurrir a un gentilicio que, a un francés, inglés, ruso, o quien sea, le sugiere todo un país y no una persona específica? Peor, ¿si ha de ambientar su trama en este país cómo no le dejará a los colombianos más que papeles de asistentes o correctores históricos? Y el argumento del director en el rodaje en México está en que en Bogotá no había la infraestructura para recibir su película. Sin embargo, ¿no era esa, o peor, la realidad colombiana en los 90 (la película se remonta a esa época)? ¿Vetar esta película cambia en algo lo que somos? ¿No es este un espejo para examinar cómo nos ven desde afuera algunos?
De una manera u otra, esto es ficción, ficción muy violenta, y que se nos parezca a la realidad preocupa. Y no basta con preocuparse, hay que indignarse, ni tampoco con indignarse sino actuar para acabar con esa cultura de violencia, facilismo, y tantos males que nos afligen, que no son el resultado de una película sino de una profunda crisis histórica que también la ven los extranjeros. Y es que a diferencia de lo que pueden observar quienes vean el filme, lo que sucede en Colombia no es una película…

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