En
este día culminante –donde las palabras se agolpan con los sentimientos y los
sentimientos se confunden entre sí, como sonidos armónicos que forjan la
melodía inextricable de la alegría y la nostalgia–, la satisfacción del deber
cumplido y la compañía de las personas más importantes en este proceso son un
aliciente para continuar descubriendo el final de una etapa, y el principio de
otra…
Cada
uno de los bachilleres que estamos protagonizando nuestra proclamación tenemos
historias distintas: unos con récords académicos intachables, otros con una
vida escolar difícil, algunos quizás con problemas disciplinarios, u otros que
durante esta etapa han estado en distintos lugares aprendiendo de cada cultura.
Cada historia es distinta, pero todas tienen al menos una coincidencia: l a posibilidad de nuevas oportunidades y el
reto de sacar el mejor partido de ellas. Digo nuevas, no segundas ni otras:
nuevas. Y cada oportunidad, es decir, cada día de estos más de once años de
preparación, era una invitación a continuar con la labor cumplida o a mejorar,
a cambiar. Es por ello que hoy estamos aquí, por aprovechar las nuevas
oportunidades, por entender que siempre habrá un mejor, y que luego de ese
mejor alcanzado y la labor cumplida, el tiempo del regocijo llega y nos abraza.
Comienzo
hablando de oportunidades y no precisamente de amistades o despedidas, porque
en mi experiencia aprendí gracias a La Salle que el tiempo es muy valioso para
malgastarlo, y bueno, luego de varios problemas que tuve en mis años de
estudio, en los cuales era yo la causa, fui superándome así como todos mis
compañeros y fueron muchas las lecciones de vida que tomé.
A
propósito, es curioso que por ejemplo, esté ofreciendo estas palabras ante un
auditorio tan importante, y que este momento fuera inimaginable hace pocos
años, muchos menos delante del coordinador Oscar con quien tuve mis más
intrincados altercados cuando, por ejemplo, llegaba tarde y él me hacía limpiar
el patio, o más aún, en algún momento contemplé no continuar con este proceso
de lasallismo, un error gravísimo que pude cometer, pero que gracias a una
nueva oportunidad no llegó a ser. Después de todo aprendí a valorar el esfuerzo
que él hacía por formarme, como supongo que él también aprendió algo para
perfeccionar sus estrategias pedagógicas. Hoy sólo me quedan palabras de
agradecimiento y cordialidad para el coordinador que tomó su parte activa en
esta promoción y se ofreció a apoyarla y motivarla en sus retos.
Comparto
este recuerdo porque así como es mi historia, en mis compañeros que también
tuvieron algún profesor con quien la relación era difícil o en algún momento
tuvieron alguna dificultad a la cual enfrentarse, la historia se repite. Y en
el camino a veces se olvida la proximidad del final, se omite, y se cometen
errores. Pero tenerlos hechos bachilleres en esta ceremonia, enfrente mío, es
una señal que me alegra, es la prueba de que superamos las oportunidades que se
nos presentaron hasta el último día, y me atrevo a decir que para todos los que
guiaron nuestra educación queda agradecimiento por fijarse en nuestras vidas y
aportarles a ellas.
Por
lo tanto, a todos ustedes les quiero anticipar una felicitación, por
sobreponerse a los retos, esforzarse, luchar por esto que queríamos y por conseguirlo.
Porque estar ocupando este digno lugar, en este colegio, es un privilegio que
sólo se alcanza con méritos y hoy los hechos hablan por ustedes.
Este
grupo de jóvenes que se presenta hoy es el fruto de un proceso que se inició en
febrero de 2001. Aquél día, llegamos con nuestros papás y una caja de útiles
forrada, cambiamos de salón dos veces apenas llegamos, con muchas ansias así
como hoy, a puertas de conocer un mundo nuevo. El hermano Camilo Alarcón, quien
era el rector en ese tiempo, nos recibió e iniciamos este recorrido con las
profesoras Marina y Josefa, las titulares de primero en esos días. En esos
primeros años el colegio tuvo dos lemas muy significativos: “calidad con
calidez” y “volver a lo fundamental”, dos frases que recogían lo que es La
Salle. No eran sólo esos lemas, el hermano Camilo iba adonde los más pequeños
del colegio (en ese tiempo no había preescolar) y con frases semanales sembraba
modales en nosotros como saludar y despedirse, decir por favor y gracias. El
proceso era más rápido de lo que parecía, los años acababan y comenzaba otro.
¿Recuerdan ese cosquilleo en el estómago producto de las ansias los días
anteriores a iniciar clases? ¿Quién nuevo llegará? ¿Quiénes serán mis
profesores? Todo esto hacía parte del proceso. Esos días de primaria los
recuerdo con mucha alegría, después de todo no era gratuito que se llamara “mi
primaria linda”. Los juegos por llegar primeros al salón, el fútbol en los
descansos, llevar juguetes al colegio, las zancadillas, el parque, los primeros
disfraces, las raspadas, ver a los estudiantes de bachillerato tan grandes y
esa otra zona del colegio como un lugar desconocido, todo eso hacía parte de
esa etapa, que se cerró en quinto cuando fuimos promoción por primera vez,
cuando Joseph fue personero, cuando tuvimos nuestra primera camisa de promoción,
una camiseta azul con un dibujo de los Simpson, que algunos usamos años después
en los días de huerta.
Luego
llegaría el bachillerato, los años de la adolescencia, donde conocimos nuevos
amigos, crecimos más, nuestro pensamiento cambió, algo cambió, no sé por qué
dejamos de cantar los himnos. Hubo mayor dificultad, aunque en el fondo sabemos
que estos años no han sido tan difíciles como a veces nos quejamos, y que la
memoria guarda con más exactitud las alegrías, o las sensaciones de alegría en
esos tiempos, que las clases o las tareas. Para esos días ya había llegado gran
parte del grupo de estudiantes que enriquecieron nuestra experiencia. Esos
fueron los años de las primeras fiestas, las primeras veces que salimos sin
nuestros papás y esa vaga ilusión de independencia nos seducía, pero era sólo
una ilusión. Los invito a evocar los momentos más significativos entre sexto y
noveno, ¿alguna persona en especial? ¿Algunas? Los amigos, los llamados de
atención, los hermanos, los profesores, los conciertos, el aprendizaje
imperceptible del lasallismo que luego se adopta como modelo de vida, todo eso
se reforzó en esos años. Tuvimos dos coordinadores: Oscar y Dionicio, dos
modelos distintos y enriquecedores, a quienes tenemos mucho qué agradecerles, a
quienes luego nos encontraríamos de nuevo, cómo el camino. También hubo
profesores que nos marcaron, quizás se me escapen nombres: indudablemente la
profesora Doris, quien nos enseñó casi todo lo que sabemos de lenguaje, sus
evaluaciones y su frase infaltable; el profesor William de biología, el
profesor Mario quien hizo una excursión a Cácota que quienes fueron recuerdan
con alegría; el profesor Ludwing de matemáticas, el profesor Leonardo que nos
acompañó dos años; el profesor de historia, Corzo, quien luego sería nuestro
coordinador, y que en sus charlas de clase eventualmente daba lecciones de
vida; repito, se me escapan nombres importantes que marcaron lo que es esta
promoción, pero más allá de la mención su huella está impresa en nosotros.
Volvimos a ser promoción, esta vez en noveno, cuando el fin ya se veía más
próximo.
Décimo
fue un año crucial, un propedéutico de lo que sería once, uno de los pincelazos
finales en nuestra obra. Con tantas experiencias, amistades, discusiones, todo
aquello que hace parte de la convivencia en fraternidad. Finalizando décimo ya
teníamos el grupo consolidado de esta promoción, ya todos estaban en el juego,
haciendo carrera por obtener su grado. Por eso en este punto, donde todos los hoy
bachilleres eran parte, podíamos hablar de una prematura promoción de
bachilleres dispuesta a vivenciar ese último año escolar, que tanto se había
esperado, que tanto se había imaginado.
Sin
embargo, llegando a once, nos encontramos con sorpresas, como tener un nuevo
rector en el colegio, lo que nos planteaba dos retos: ser su primera promoción
en este colegio y adaptarnos al nuevo modelo. No fue como esperábamos, no fue
fácil, había una meta de dos palabras: muy superior. Una meta que significaba
esfuerzos, sacrificios, tiempo. Una meta a la que le apostamos hasta el último
día, cuando llegaron los resultados y la meta tambaleó, el tiempo invertido se
cuestionó, pero con mucho orgullo me complace decir que esa meta se alcanzó,
que el esfuerzo no fue en vano y que esta promoción de 109 luchadores dejó su
huella en La Salle de Cúcuta, porque lo que nos propusimos lo logramos. Once
pasará a nuestra memoria como un año diferente, en el que hay que tomar
decisiones, hay que madurar, esforzarse y también aprovechar el poco tiempo que
queda en el colegio. Es indudable de que a pesar de los compromisos, no
faltaron las celebraciones ni los momentos de esparcimiento. Y parte
fundamental de esta historia que es once fueron los retiros, ese pequeño
espacio en el que pudimos cerrar una etapa, enfrentarnos a nosotros mismos y
crecer luego de aprovechar esa nueva oportunidad.
En
este momento huelga agradecer por todo este tiempo, por las miles de
experiencias, de alegrías y tristezas, risas y llantos, a Dios por darnos el
valor de la vida y el privilegio de ser lasallistas. A nuestros padres y
familiares por el apoyo, cariño y orientación, por trasnocharse ayudándonos en
trabajos, por su paciencia, por su perseverancia admirable, imprescindible para
el correcto desarrollo de el proceso formativo. A los hermanos Camilo Alarcón,
Francisco Nieto (Q.E.P.D.), Edward Velazco, Manuel Caballero y Alexander
Santafé, por la dirección de esta institución mientras permanecimos en ella, en
especial al hermano Alexander por motivar y apropiarse de la causa de esta
promoción apostándole a un desempeño sobresaliente, por ayudarnos a perder el
miedo de ser los mejores, igualmente a todos los hermanos que han estado en la
comunidad en estos años, de los cuales tenemos dos ejemplos de experiencia y
alegría, ternura y compromiso: el hermano Ignacio Riveros y el hermano Manuel
Celis. A nuestros profesores y coordinadores por el esfuerzo y la paciencia
durante tantos años, por su entrega infaltable en pos de hombres y mujeres de
bien. A los demás profesionales y funcionarios que acompañaron nuestro proceso.
Y a todos los compañeros que nos animaron durante estos once años, a los que
llegaron y a los que se fueron, en especial a Linda Peña (Q.E.P.D.). Todos
aportamos a este grupo con nuestra vida, fortalecimos la fraternidad. Gracias
por los momentos de descanso, por la compañía en clase, por la amistad
brindada, por las enseñanzas compartidas, por todo lo que en este tiempo
ofrecieron y recibieron de este grupo de bachilleres.
Los
retos a los que se enfrenta la juventud de hoy son trascendentales. Este primer
paso es fundamental, pues aquí están las bases de lo que seremos en cinco, seis
o siete años, o quizás en el futuro inmediato. De aquí saldremos hoy siendo
egresados del colegio La Salle de Cúcuta, ya no estudiantes sino personas
responsables que deben responder a una sociedad. Esto es una invitación a la
reflexión en las palabras de Mario Benedetti:
¿Qué les queda por probar
a los jóvenes
en este mundo de
paciencia y asco?
(…)
no dejar que les maten el
amor
recuperar el habla y la
utopía
ser jóvenes sin prisa y
con memoria
situarse en una historia
que es la suya
no convertirse en viejos
prematuros
Disfrutar la vida, que es toda una nueva
oportunidad de vivirla hasta el inescapable final. Por ese final que es nuestro
futuro compartido debemos saber que cada cosa viene a su tiempo, pero que el
tiempo para nosotros no es infinito. Responder por este mundo, atreverse a
cambiarlo, o por lo menos mejorarlo, con responsabilidad, rectitud, en busca de
la felicidad. Y continúa Benedetti:
¿qué les queda por probar
a los jóvenes
en este mundo de consumo
y humo?
¿vértigo? ¿asaltos?
¿discotecas?
también les queda
discutir con Dios
tanto si existe como si
no existe
tender manos que ayudan,
abrir puertas
entre el corazón propio y
el ajeno,
sobre todo les queda
hacer futuro
a pesar de los ruines de
pasado
y los sabios granujas del
presente.
Hacer el futuro, nuestro futuro, muchachos.
Con derecho a soñar, recordando las palabras de Kant: “ser es hacer”. Nuestros
actos nos definirán, allí estará lo que somos. El derecho a la ambición y a la
excelencia es legítimo, mas aconsejo seguir este precepto que mi padre
repetidas veces me ha transmitido, legado de un rector de este colegio, el
hermano Enrique Bejarano: “la nobleza obliga”, y cierto es, o en palabras de
nuestro rector “mientras uno más sepa, más humilde debe ser”. Clave para
nuestra plenitud, y para que nuestro himno se cumpla: La Salle, La Salle, doquiera triunfará. Y La Salle somos nosotros.
Y nosotros triunfaremos.
La misión de San Juan Bautista de La Salle
se ha cumplido en nosotros. Recordemos siempre estas palabras de nuestro himno:
virtud, saber, por qué la vida es mar,
donde el deber faro es que ha de alumbrar. No olvidemos eso, no olvidemos
que somos una fraternidad y que este símbolo que hoy nos distingue nos unirá
para siempre. No esperemos mucho del mundo, pensemos que el mundo espera de
nosotros y démosle lo mejor. Aprovechemos la oportunidad de hacer. Deseo larga
vida a todos, éxitos y felicidad en cada etapa de sus vidas. Que este tiempo
compartido sea siempre motivo de gratitud, y que el honorable apellido de La
Salle se imprima en nuestra vida indeleblemente.
Con una despedida pausada declaro a este
grupo de jóvenes, en las palabras de Cicerón, miembros de número de la academia
del deber y ciudadanos de la inteligencia. Señoras y señores, el proceso ha
culminado.
Cúcuta, 2011
*Discurso de despedida promoción 2011, La Salle Cúcuta.