miércoles, 7 de septiembre de 2011

Igualdad y pruebas Saber 11


El domingo pasado, mientras la mayoría de colombianos estaban descansando de la semana laboral, mientras los otros que trabajan en domingo se levantaban a adelantársele al día, o mientras muchos juiciosos practicantes iban a misa bien temprano, el país asistía a un momento importante en la vida de más o menos medio millón de estudiantes. A las 7 de la mañana iniciaron las pruebas Saber 11, el requisito para ingresar a la educación superior en Colombia (para quienes pueden ingresar) o un requisito para graduarse en el caso de la mayoría de estudiantes, pues no es un secreto que anualmente no se abren medio millón de cupos universitarios en nuestro país.
Quien escribe estas líneas allí estuvo, no menos ansioso que los demás por conocer ese resumen de once años en no más de 300 preguntas. Mientras avanzaba la prueba el reloj apuraba a más de uno, o a otros poco les importaba el reloj mientras el sueño dominical no respetaba que fuera el día de la prueba. Probablemente acercándose al final del examen, terminando de rellenar circulitos alguien se haya preguntado en últimas instancias (o como prefieren llamar los pseudo y legítimamente eruditos, “el fin último”) por lo que hacía. Y son varias las conclusiones a las que se puede llegar:
—Dicha prueba obstaculiza el ingreso a la educación superior, entendiendo esto último como la oportunidad que tiene el país para mermar la brecha de desigualdad tan aterradora. No es discutible si la prioridad en la educación superior la tengan los más aptos, o quienes tengan los resultados más altos en las pruebas de ingreso: válido. Pero sí es discutible que dicha prueba sea precedida por una preparación (Preicfes) que dan instituciones privadas especializadas en estas pruebas, que en realidad más que preparar para las pruebas, se aprovechan de bancos de preguntas que tienen resueltos (y como dicen ellos, que sus docentes envían preguntas al ICFES) para dar respuestas de preguntas que eventualmente salen en la prueba oficial. Y así es. Convirtiendo el proceso más que en una prueba de conocimientos en una prueba de memoria (para quienes hacen los “mejores Preicfes”) y soslayando a quienes por cualquier motivo no realiza dicho curso que en ningún momento es propuesto por el ICFES. Estos cursos tienen un valor superior a $250.000, que es más de lo que muchos estudiantes de undécimo grado en el sector público pagan por su año escolar. Así, ¿qué igualdad hay entre ricos y pobres para presentar una prueba que “abre las puertas” a una opción de igualdad social como la educación superior?
No hace falta que el Estado incluya una clase de preicfes (como ahora acostumbra proponer cátedras para todo), ni prohibir la preparación para las pruebas, pues es algo que se hace tanto aquí como en China. Es sólo una garantía mínima: que las preguntas que haga la prueba sean genuinas y sean secretas. No es una solicitud sin fundamento: yo respondí varias preguntas que ya me habían hecho en el preicfes, y no pude dejar de pensar en el engaño que me hacía al ya saber lo que se me preguntaba, ni en el engaño que hacía al ICFES cuando califique esas preguntas que no miden mis competencias, ni en el engaño que le hice a los miles de estudiantes colombianos que no las sabían porque simplemente no tenían dinero para pagar ese tipo de cursos. Es injusto.
Esto contribuye a que sea más difícil que la educación media pública iguale a la privada en estos exámenes. El 14 de octubre saldrán los resultados, semanas después la revista Poder publicará el ranking de mejores colegios y no es falta ser un oráculo para predecir que la historia de desigualdad se repetirá.
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EXCURSO: ¿Por qué los guionistas se llaman “guionistas”, si los diálogos que hacen ortográficamente no se manejan con guiones sino con rayas? Y a propósito de ortografía, eso no lo califica la prueba Saber 11.

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