domingo, 27 de noviembre de 2011

LA OPORTUNIDAD DE HACER*



En este día culminante –donde las palabras se agolpan con los sentimientos y los sentimientos se confunden entre sí, como sonidos armónicos que forjan la melodía inextricable de la alegría y la nostalgia–, la satisfacción del deber cumplido y la compañía de las personas más importantes en este proceso son un aliciente para continuar descubriendo el final de una etapa, y el principio de otra…

Cada uno de los bachilleres que estamos protagonizando nuestra proclamación tenemos historias distintas: unos con récords académicos intachables, otros con una vida escolar difícil, algunos quizás con problemas disciplinarios, u otros que durante esta etapa han estado en distintos lugares aprendiendo de cada cultura. Cada historia es distinta, pero todas tienen al menos una coincidencia: l  a posibilidad de nuevas oportunidades y el reto de sacar el mejor partido de ellas. Digo nuevas, no segundas ni otras: nuevas. Y cada oportunidad, es decir, cada día de estos más de once años de preparación, era una invitación a continuar con la labor cumplida o a mejorar, a cambiar. Es por ello que hoy estamos aquí, por aprovechar las nuevas oportunidades, por entender que siempre habrá un mejor, y que luego de ese mejor alcanzado y la labor cumplida, el tiempo del regocijo llega y nos abraza.

Comienzo hablando de oportunidades y no precisamente de amistades o despedidas, porque en mi experiencia aprendí gracias a La Salle que el tiempo es muy valioso para malgastarlo, y bueno, luego de varios problemas que tuve en mis años de estudio, en los cuales era yo la causa, fui superándome así como todos mis compañeros y fueron muchas las lecciones de vida que tomé.

A propósito, es curioso que por ejemplo, esté ofreciendo estas palabras ante un auditorio tan importante, y que este momento fuera inimaginable hace pocos años, muchos menos delante del coordinador Oscar con quien tuve mis más intrincados altercados cuando, por ejemplo, llegaba tarde y él me hacía limpiar el patio, o más aún, en algún momento contemplé no continuar con este proceso de lasallismo, un error gravísimo que pude cometer, pero que gracias a una nueva oportunidad no llegó a ser. Después de todo aprendí a valorar el esfuerzo que él hacía por formarme, como supongo que él también aprendió algo para perfeccionar sus estrategias pedagógicas. Hoy sólo me quedan palabras de agradecimiento y cordialidad para el coordinador que tomó su parte activa en esta promoción y se ofreció a apoyarla y motivarla en sus retos.

Comparto este recuerdo porque así como es mi historia, en mis compañeros que también tuvieron algún profesor con quien la relación era difícil o en algún momento tuvieron alguna dificultad a la cual enfrentarse, la historia se repite. Y en el camino a veces se olvida la proximidad del final, se omite, y se cometen errores. Pero tenerlos hechos bachilleres en esta ceremonia, enfrente mío, es una señal que me alegra, es la prueba de que superamos las oportunidades que se nos presentaron hasta el último día, y me atrevo a decir que para todos los que guiaron nuestra educación queda agradecimiento por fijarse en nuestras vidas y aportarles a ellas.

Por lo tanto, a todos ustedes les quiero anticipar una felicitación, por sobreponerse a los retos, esforzarse, luchar por esto que queríamos y por conseguirlo. Porque estar ocupando este digno lugar, en este colegio, es un privilegio que sólo se alcanza con méritos y hoy los hechos hablan por ustedes.

Este grupo de jóvenes que se presenta hoy es el fruto de un proceso que se inició en febrero de 2001. Aquél día, llegamos con nuestros papás y una caja de útiles forrada, cambiamos de salón dos veces apenas llegamos, con muchas ansias así como hoy, a puertas de conocer un mundo nuevo. El hermano Camilo Alarcón, quien era el rector en ese tiempo, nos recibió e iniciamos este recorrido con las profesoras Marina y Josefa, las titulares de primero en esos días. En esos primeros años el colegio tuvo dos lemas muy significativos: “calidad con calidez” y “volver a lo fundamental”, dos frases que recogían lo que es La Salle. No eran sólo esos lemas, el hermano Camilo iba adonde los más pequeños del colegio (en ese tiempo no había preescolar) y con frases semanales sembraba modales en nosotros como saludar y despedirse, decir por favor y gracias. El proceso era más rápido de lo que parecía, los años acababan y comenzaba otro. ¿Recuerdan ese cosquilleo en el estómago producto de las ansias los días anteriores a iniciar clases? ¿Quién nuevo llegará? ¿Quiénes serán mis profesores? Todo esto hacía parte del proceso. Esos días de primaria los recuerdo con mucha alegría, después de todo no era gratuito que se llamara “mi primaria linda”. Los juegos por llegar primeros al salón, el fútbol en los descansos, llevar juguetes al colegio, las zancadillas, el parque, los primeros disfraces, las raspadas, ver a los estudiantes de bachillerato tan grandes y esa otra zona del colegio como un lugar desconocido, todo eso hacía parte de esa etapa, que se cerró en quinto cuando fuimos promoción por primera vez, cuando Joseph fue personero, cuando tuvimos nuestra primera camisa de promoción, una camiseta azul con un dibujo de los Simpson, que algunos usamos años después en los días de huerta.

Luego llegaría el bachillerato, los años de la adolescencia, donde conocimos nuevos amigos, crecimos más, nuestro pensamiento cambió, algo cambió, no sé por qué dejamos de cantar los himnos. Hubo mayor dificultad, aunque en el fondo sabemos que estos años no han sido tan difíciles como a veces nos quejamos, y que la memoria guarda con más exactitud las alegrías, o las sensaciones de alegría en esos tiempos, que las clases o las tareas. Para esos días ya había llegado gran parte del grupo de estudiantes que enriquecieron nuestra experiencia. Esos fueron los años de las primeras fiestas, las primeras veces que salimos sin nuestros papás y esa vaga ilusión de independencia nos seducía, pero era sólo una ilusión. Los invito a evocar los momentos más significativos entre sexto y noveno, ¿alguna persona en especial? ¿Algunas? Los amigos, los llamados de atención, los hermanos, los profesores, los conciertos, el aprendizaje imperceptible del lasallismo que luego se adopta como modelo de vida, todo eso se reforzó en esos años. Tuvimos dos coordinadores: Oscar y Dionicio, dos modelos distintos y enriquecedores, a quienes tenemos mucho qué agradecerles, a quienes luego nos encontraríamos de nuevo, cómo el camino. También hubo profesores que nos marcaron, quizás se me escapen nombres: indudablemente la profesora Doris, quien nos enseñó casi todo lo que sabemos de lenguaje, sus evaluaciones y su frase infaltable; el profesor William de biología, el profesor Mario quien hizo una excursión a Cácota que quienes fueron recuerdan con alegría; el profesor Ludwing de matemáticas, el profesor Leonardo que nos acompañó dos años; el profesor de historia, Corzo, quien luego sería nuestro coordinador, y que en sus charlas de clase eventualmente daba lecciones de vida; repito, se me escapan nombres importantes que marcaron lo que es esta promoción, pero más allá de la mención su huella está impresa en nosotros. Volvimos a ser promoción, esta vez en noveno, cuando el fin ya se veía más próximo.

Décimo fue un año crucial, un propedéutico de lo que sería once, uno de los pincelazos finales en nuestra obra. Con tantas experiencias, amistades, discusiones, todo aquello que hace parte de la convivencia en fraternidad. Finalizando décimo ya teníamos el grupo consolidado de esta promoción, ya todos estaban en el juego, haciendo carrera por obtener su grado. Por eso en este punto, donde todos los hoy bachilleres eran parte, podíamos hablar de una prematura promoción de bachilleres dispuesta a vivenciar ese último año escolar, que tanto se había esperado, que tanto se había imaginado.

Sin embargo, llegando a once, nos encontramos con sorpresas, como tener un nuevo rector en el colegio, lo que nos planteaba dos retos: ser su primera promoción en este colegio y adaptarnos al nuevo modelo. No fue como esperábamos, no fue fácil, había una meta de dos palabras: muy superior. Una meta que significaba esfuerzos, sacrificios, tiempo. Una meta a la que le apostamos hasta el último día, cuando llegaron los resultados y la meta tambaleó, el tiempo invertido se cuestionó, pero con mucho orgullo me complace decir que esa meta se alcanzó, que el esfuerzo no fue en vano y que esta promoción de 109 luchadores dejó su huella en La Salle de Cúcuta, porque lo que nos propusimos lo logramos. Once pasará a nuestra memoria como un año diferente, en el que hay que tomar decisiones, hay que madurar, esforzarse y también aprovechar el poco tiempo que queda en el colegio. Es indudable de que a pesar de los compromisos, no faltaron las celebraciones ni los momentos de esparcimiento. Y parte fundamental de esta historia que es once fueron los retiros, ese pequeño espacio en el que pudimos cerrar una etapa, enfrentarnos a nosotros mismos y crecer luego de aprovechar esa nueva oportunidad.

En este momento huelga agradecer por todo este tiempo, por las miles de experiencias, de alegrías y tristezas, risas y llantos, a Dios por darnos el valor de la vida y el privilegio de ser lasallistas. A nuestros padres y familiares por el apoyo, cariño y orientación, por trasnocharse ayudándonos en trabajos, por su paciencia, por su perseverancia admirable, imprescindible para el correcto desarrollo de el proceso formativo. A los hermanos Camilo Alarcón, Francisco Nieto (Q.E.P.D.), Edward Velazco, Manuel Caballero y Alexander Santafé, por la dirección de esta institución mientras permanecimos en ella, en especial al hermano Alexander por motivar y apropiarse de la causa de esta promoción apostándole a un desempeño sobresaliente, por ayudarnos a perder el miedo de ser los mejores, igualmente a todos los hermanos que han estado en la comunidad en estos años, de los cuales tenemos dos ejemplos de experiencia y alegría, ternura y compromiso: el hermano Ignacio Riveros y el hermano Manuel Celis. A nuestros profesores y coordinadores por el esfuerzo y la paciencia durante tantos años, por su entrega infaltable en pos de hombres y mujeres de bien. A los demás profesionales y funcionarios que acompañaron nuestro proceso. Y a todos los compañeros que nos animaron durante estos once años, a los que llegaron y a los que se fueron, en especial a Linda Peña (Q.E.P.D.). Todos aportamos a este grupo con nuestra vida, fortalecimos la fraternidad. Gracias por los momentos de descanso, por la compañía en clase, por la amistad brindada, por las enseñanzas compartidas, por todo lo que en este tiempo ofrecieron y recibieron de este grupo de bachilleres.

Los retos a los que se enfrenta la juventud de hoy son trascendentales. Este primer paso es fundamental, pues aquí están las bases de lo que seremos en cinco, seis o siete años, o quizás en el futuro inmediato. De aquí saldremos hoy siendo egresados del colegio La Salle de Cúcuta, ya no estudiantes sino personas responsables que deben responder a una sociedad. Esto es una invitación a la reflexión en las palabras de Mario Benedetti:

¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
(…)
no dejar que les maten el amor
recuperar el habla y la utopía
ser jóvenes sin prisa y con memoria
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros

Disfrutar la vida, que es toda una nueva oportunidad de vivirla hasta el inescapable final. Por ese final que es nuestro futuro compartido debemos saber que cada cosa viene a su tiempo, pero que el tiempo para nosotros no es infinito. Responder por este mundo, atreverse a cambiarlo, o por lo menos mejorarlo, con responsabilidad, rectitud, en busca de la felicidad. Y continúa Benedetti:

¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
también les queda discutir con Dios
tanto si existe como si no existe
tender manos que ayudan, abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno,
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines de pasado
y los sabios granujas del presente.

Hacer el futuro, nuestro futuro, muchachos. Con derecho a soñar, recordando las palabras de Kant: “ser es hacer”. Nuestros actos nos definirán, allí estará lo que somos. El derecho a la ambición y a la excelencia es legítimo, mas aconsejo seguir este precepto que mi padre repetidas veces me ha transmitido, legado de un rector de este colegio, el hermano Enrique Bejarano: “la nobleza obliga”, y cierto es, o en palabras de nuestro rector “mientras uno más sepa, más humilde debe ser”. Clave para nuestra plenitud, y para que nuestro himno se cumpla: La Salle, La Salle, doquiera triunfará. Y La Salle somos nosotros. Y nosotros triunfaremos.

La misión de San Juan Bautista de La Salle se ha cumplido en nosotros. Recordemos siempre estas palabras de nuestro himno: virtud, saber, por qué la vida es mar, donde el deber faro es que ha de alumbrar. No olvidemos eso, no olvidemos que somos una fraternidad y que este símbolo que hoy nos distingue nos unirá para siempre. No esperemos mucho del mundo, pensemos que el mundo espera de nosotros y démosle lo mejor. Aprovechemos la oportunidad de hacer. Deseo larga vida a todos, éxitos y felicidad en cada etapa de sus vidas. Que este tiempo compartido sea siempre motivo de gratitud, y que el honorable apellido de La Salle se imprima en nuestra vida indeleblemente.

Con una despedida pausada declaro a este grupo de jóvenes, en las palabras de Cicerón, miembros de número de la academia del deber y ciudadanos de la inteligencia. Señoras y señores, el proceso ha culminado.

Cúcuta, 2011

*Discurso de despedida promoción 2011, La Salle Cúcuta.

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