lunes, 30 de mayo de 2011

15-M

Si pudiera estudiarse el futuro en vez del pasado habría muchas decepciones con nosotros por parte de esos hombres y mujeres que hace tiempo hicieron –y deshicieron– soñando con un mejor mundo, y aunque probablemente si comparamos el estado de las cosas con el de hace cincuenta o cien años hemos mejorado muchísimo, vivimos más cómodos, pero tal vez quienes empezaron a dar esos pasos hacia nuestros días esperaban más de nosotros, o que nosotros estuviéramos mejor.


En unos años se hablará del 2011 como el año de revoluciones –tal vez fallidas–, especialmente en el hemisferio Oriental. Pero lo emocionante de la historia más que saberla es presenciar como inevitablemente da vueltas. No sólo ha sido Egipto, Túnez, Siria, Libia,  otros países orientales quienes se han pronunciado, también en Europa se siente la inconformidad con el sistema y una crisis económica evidente. Y si hablamos de crisis en Europa por estos días no podemos dejar de lado a España, un país que ha dado al mundo un grito de impotencia pacífica por la situación de sus ciudadanos, de su inmensa cantidad de inmigrantes, de sus más de cinco millones de desempleados y todo eso se ha unido febrilmente en un movimiento, a los Indignados, a los Cansados, un movimiento súbito que sólo pide cambios y democracia real: 15-M. Pero no todo es protesta y júbilo, porque sabemos que también nuestra historia es la historia de la incompetencia –y también impotencia– de Gobiernos que al no poder levantar a sus ciudadanos y acabar con las protestas tiene que recurrir a la fuerza, rebajarse al estado más primitivo del hombre y a través de un escuadrón antimotines forzar a la gente dejar su libertad de expresión de un lado, a cambio de terror.


Y es que ojalá todas las protestas fueran como el 15-M, y ojalá se les prestara atención y no simplemente intentaran disuadirlos, ojalá sirvieran estas protestas para crear mejores condiciones. Ojalá quienes estuvieran arriba se interesaran por quienes están en la plaza asoleándose y gritando por desespero y frustración. Una frustración similar a la que bien merecida sintió el Gobierno al no poder acabar con el valor de estos manifestantes.


Pero el 15-M no es un movimiento aislado, y aunque no parezca buscar trascendencia histórica ni mayor protagonismo mediático –sino cambios reales–, coincide con una fecha indeleble en nuestra historia: Mayo del 68. Ese movimiento de estudiantes en contra de la sociedad del consumo, en contra de la bipolarización del mundo, en contra de la guerra de Vietnam. Ese movimiento que hizo punto de quiebre en la sociedad francesa, en el mundo, y que cuarenta y tres años después podemos agradecer y decir que valió la pena.


Ambos movimientos no comparten sólo la inconformidad (abordada desde distintos ángulos), sino también la sangre joven que corre por sus venas, y el talante progresista que busca, como hace más de doscientos años lo buscaba la Revolución Francesa, liberté et egalité porque la fraternidad parece haber pasado a un segundo plano.


Quisiera que en Colombia pudiéramos hacer un movimiento así, con el único riesgo de que los hombres del Esmad (el escuadrón antidisturbios colombiano) agarren a patadas, puños, gases lacrimógenos o cualquier otro medio de represión a los manifestantes. Eso es preocupante, pero más preocupante es saber que no se puede hacer por esas fuerzas externas que todos conocen y pocos mencionan. Esos tentáculos que coartan libertades, compran conciencias y acaban vidas. Pero eso ya es otro tema…


Mientras tanto esos valientes siguen reclamando una vida mejor, soportando percances a la espera de que un Gobierno bicéfalo (gracias al modelo PP-PSOE) baje su corona y recuerde por las que han tenido que pasar luego de la Guerra Civil y la dictadura franquista, para dejarse caer a esos penosos niveles económicos.


Y yo, les deseo que en unos años los recuerden por su éxito y su justificación, como a los franceses de Mayo del 68; también nos deseo que si aquellos franceses pudieran estudiar nuestra historia, no se arrepientan nunca de su revolución.






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