lunes, 25 de abril de 2011

El problema del agua

Normalmente tratamos la escasez en tercera persona, como si estuviéramos inmunes a ella, como un fenómeno lejano que sólo les sucede a “ellos”, pero cuando la escasez golpea y las situaciones se confabulan en nuestra contra sentimos –aunque sea en una mínima parte– la angustia de las imágenes de los periódicos o la televisión.


Es la segunda vez en menos de seis meses que golpea el invierno en Colombia, y esta vez no son tan ajenas las imágenes de los habitantes de Plato, Magdalena en diciembre pasado. Y lo digo porque los habitantes de la costa pacífica –lastimosamente– tienen altos índices de pobreza, pero esta cuestión no es de ricos ni de pobres, pues la naturaleza no pregunta quién tiene Sisben, sólo llega y arrasa con lo que tenga en frente, bien sea en una desolada vereda, bien sea en esa fría ciudad de los páramos tan distinta y desarrollada del resto del país como Bogotá.


En realidad, lo único que se desborda no es el agua, también tenemos un desborde de paradojas e ironías muy nuestras. Digo paradojas, porque para nosotros es más fácil lamentar que prevenir, no bastándole al gobierno lo que sucedió hace meses sólo se dedicaron a avisar que vendría otra temporada invernal, esperarla, y ahora destinar más de 4 billones de pesos a la reconstrucción del país, de los cuales roguemos a Dios que nos llegue por lo menos la mitad.


Digo ironías, porque precisamente la gente más humilde es la más golpeada y desprotegida, esa misma gente que vende su votico por cincuenta mil pesos para elegir a una partida de incompetentes que poco harán por reparar sus daños, aquellos que tristemente por su ignorancia cambian una buena administración por un tamalcito, para luego perder sus enceres y su vivienda por las malas licitaciones promovidas por los doctores.


¡Qué cosas! No tenemos agua y el motivo es la lluvia. Ahora le doy la razón a Tales de Mileto cuando decía que el origen de todo es el agua, pero creo que él no tuvo que lidiar con la gente en los carro-tanques revendiendo –el agua que es para regalar– al mejor postor, o con la impotente imagen de los lavaderos de carros derrochando el agua –yo sé que tienen pozo– mientras hay personas que se están quedando sin agua suficiente para comer.


Nosotros tan arrogantes, siempre tratando la escasez en tercera persona, pero ahora se presenta y nos saluda con esa sonrisa despiadada queriéndonos decir que ni con el dinero del mundo se irá hasta que se le dé la gana, que no hay otro remedio más que esperar y soportar.


Bueno, pero aunque falte agua la situación es llevadera, el problema empeora cuando las ciudades quedan incomunicadas, el comercio se paraliza, los alimentos se acaban ¿y para dónde partimos?


Pero debemos ser estoicos  y pasar esta mediana penumbra comparada con otros lugares del planeta –o de nuestro país– donde la situación que presentamos es el diario vivir. Como siempre es bueno aprender de lo que nos sucede y entender que las crisis no miden estrato, ni tienen prejuicios, y todos los extremos de la sociedad se tocan por la necesidad.


Sólo nos espera que en octubre sigan vendiendo sus voticos por un almuerzo, y esperar a que el país se vuelva a derretir mientras nuestros modélicos mandatarios ven el sufrimiento a través de televisores en 3D.


No es para empezar a predecir un Apocalipsis, ni hablar de las guerras por el agua, simplemente hay que entender el valor de las cosas que tenemos, cuidarlas y aprovecharlas mientras están.


¿Me siguen? ¿Vamos entendiendo cuál es el valor del agua?




C. V. P. G.

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